*NOTA* Se recomienda grabar de antemano el diálogo de cada actor, (ya que algunos de los diálogos son largos) y pasar la grabación por el sistema de sonido durante la presentación, mientras que ellos mueven la boca y actúan las escenas. En un salón grande, no se nota que no están hablando en vivo, si los actores están bien preparados. Aunque no tienen que memorizarlo palabra por palabra, ellos deben estar muy familiarizados con sus diálogos para poder saber de antemano, qué viene, y cómo tienen que actuar.
PERSONAJES:
- Anciano
- Mujer
- Niña
- Hombre en el público que señala al doctor
- Doctor
- Señor
- Señora
- Narrador para pasajes bíblicos
- José
- Ángel principal
- Coro de ángeles
- María
- 5 pastores grandes y 4 pequeños
- 4 reyes magos
Anciano: (hombre viejo con bastón, sale a la plataforma)
Buenas noches, mis queridos amigos y amigas. Estoy aquí para contarles una maravillosa y emocionante historia. Esta historia sucedió hace m-u-c-h-o-s años, antes de que yo naciera. Sucedió en una gran ciudad. Pero NO en la parte agradable de la ciudad, donde se encuentran los hermosos parques con árboles y flores, fuentes, y casas elegantes. No, al contrario. Sucedió en la parte más fea, sucia y desagradable de la ciudad, donde había basura en las calles y una peste de cosas podridas. En este barrio, había edificios deteriorados y mugrosos donde vivía miserablemente, una gran cantidad de gente pobre y descuidada que apenas tenía para comer. En este sector de la ciudad, abundaba la borrachera y los vicios.
Sucede que en uno de estos edificios decaídos, en un pequeño cuarto sombrío y triste, vivía una mujer con su hijita. Esta mujer era joven, pero por años de vicios y abuso de su cuerpo, ya tenía aspecto de una mujer acabada. Y aparte, le había sobrevenido una enfermedad muy grave, por lo cual, cada día, se encontraba más débil, y temía que se acercaba velozmente el final de su vida. No podía hacer más que depender de la pequeña niña para que cuidara de ella. Esta niña, a pesar de la mala vida de su madre, la quería, y trataba de hacer lo posible por ayudarle. Pero no era suficiente.
Un día, la mujer empezó a reflexionar sobre su vida inútil y desaprovechada, y el terrible juicio que pronto enfrentaría por su pecado. La niñita entró con unas verduras podridas que había encontrado, para tratar de darle alimento a su mamá, pero la encontró llorando amargamente. Corrió a la cama y trató de consolarla y ofrecerle las verduras, pero sólo había una cosa que quería la madre. Le suplicó a su hija con urgencia que fuera a buscarle a una persona que pudiera decirle cómo ella podía entrar al Cielo. La niña, ansiosa por ayudar a su mamá de cualquier manera, salió corriendo a la calle y empezó a preguntar a la gente con insistencia, si sabían de alguien que podía ir a ayudarle a su mamá a entrar.
Se abre la puerta y sale la niña, desesperada, buscando ansiosamente por todos lados. Va entre el público, preguntando a la gente si alguien le puede ayudar a su mamá. Pregunta a varios, y llega a una persona (actor), a quien le dice:
Niña: Señor, por favor ¿no sabe de alguien que puede ayudar a mi mamá a entrar? Está muy enferma.
Señor en Público: Ah, entonces necesita un médico. ¿Ves a ese señor parado en la esquina? (le señala). Él es médico. Pregúntale a él si te puede acompañar.
Niña: Oh, señor, muchas gracias. (Corre hacia el médico) Doctor, (jalándolo de la mano), por favor, ¿no podría ir a mi casa para ayudar a mi mamá? Está muy enferma, y dice que quiere entrar.
Médico: Claro que sí te acompaño, hijita. ¿Dónde se encuentra tu mamá?
La niña lo toma del brazo y lo lleva a la casa. Se abre el telón en la escena de la recámara con la mujer en la cama y el doctor y la niña entrando.
El médico le toma la temperatura, le oye el corazón, la revisa, (mujer tosiendo constantemente) y por fin dice, con voz muy solemne:
Médico: Lo siento mucho, señora, pero no hay nada que puedo hacer por usted. Con mucha pena le tengo que informar que su enfermedad ha avanzado al punto que le queda muy poco tiempo para vivir. Le puedo ofrecer una medicina (saca una botella de su bolsa), para que pueda descansar y no sentir tanto dolor.
Mujer: (tosiendo mucho) Doctor, yo ya sé que voy a morir, y que usted ya no puede hacer algo por este cuerpo acabado. Pero lo que le ruego, es que me diga lo siguiente: ¿cómo puedo yo entrar al Cielo, cuando pase de esta vida? Una vez me dijeron que según la Santa Biblia, solamente hay dos destinos eternos para las personas—el Cielo, o el infierno. Cuando lo oí, me burlé y no le puse mucha atención. Pero ahora, se acerca mi muerte y tengo mucho temor.
Médico: (deliberando y carraspeando por un momento) Bueno, no se preocupe, mi estimada señora; seguramente Dios tomará en cuenta sus buenas obras y la dejará pasar. Yo me lo imagino así: Dios ha de tener una gran balanza en el Cielo, y cuando pesa las obras de cada quien, toma en cuenta las buenas, y con esto, perdonará las malas.
Mujer: (con mirada angustiada, y medio levantándose en la cama) Pero doctor, usted no entiende. Yo soy una mujer de mala fama. He vivido una vida mala. No he hecho cosas buenas, sino malas, y ya no tengo tiempo para cambiar mi conducta ¡estoy a punto de morir! ¿No hay ninguna esperanza para mí?
Médico: (con gestos y mirada de impotencia) No se preocupe señora, sólo tome este medicamento y podrá usted descansar y olvidarse de todas estas inquietudes. No quiere asustar a su hijita, ¿verdad?
Se sale el doctor, y se cierra el telón.
Anciano: Así es que el médico no tenía ninguna respuesta para esta mujer. Con todos sus estudios y buenos deseos de ayudarla, él se dio cuenta de que era impotente en su momento de mayor necesidad. Le molestaba pensar que no tenía una mejor respuesta que le pudiera dar esperanza a esta mujer moribunda. Y se preguntaba si sería verdad su invento de la gran balanza en el Cielo, entre las buenas y las malas obras. Se preguntaba si él mismo sería capaz de reunir suficientes buenas obras para contrarrestar sus pecados, y cómo podría alguien tener la seguridad de que así fuera. Nunca había dedicado tiempo a leer la Biblia, y decidió que debía investigar allí, para ver qué decía Dios sobre el asunto. Después de todo, se decía que la Biblia era la Palabra de Dios. Como buen médico, se preocupaba por sus pacientes, y con demasiada frecuencia, tenía que atender a personas en su lecho de muerte. Sí, decidió; necesitaba tener una respuesta mejor para sus pacientes, y para él mismo y su familia también.
Mientras tanto la pobre niñita salió a la banqueta y se sentó a llorar en desesperación. ¿No había nadie que le podía ayudar a su mamá?
Sale niña y se sienta a llorar. Se acerca una pareja que viene caminando por la calle.
Señora: (se agacha y le pregunta a la niña) Niñita, ¿qué te pasa? ¿por qué lloras? ¿podemos ayudarte en algo?
Niña: Oh, señora, no soy yo—es mi mamá—. Ella está muy enferma y tiene mucho miedo, porque dice que no sabe cómo puede entrar al Cielo. Traté de buscar a alguien que le pudiera decir, pero ni el doctor le pudo decir. Mi mamá dice que ya no tiene tiempo para portarse bien. (Y vuelve a estallar en llanto)
Señor: Ahora sé que Dios sí nos trajo a este barrio hoy. Hija, llévanos de inmediato con tu mamá. Dios nos ha mostrado en Su Palabra, cómo cualquier persona puede entrar a Su paraíso, y sí podemos ayudar a tu mamá.
La niña se para de un brinco y los lleva a la puerta de su casa. Pasan por la puerta y se abre el telón. Se acercan a la cama de la mujer y ella voltea hacia ellos con una mirada desconsolada.
Niña: Mamá, Mamá, encontré a alguien. ¡Estos señores dicen que saben el camino para que puedas entrar al Cielo!
La mamá se trata de levantar un poco y cambia su mirada a esperanza.
Mujer: Oh señores, si serían tan amables, les ruego que me cuenten lo que saben. ¿Habrá esperanza para mí? No tengo mucho tiempo.
La señora se arrodilla a un lado de la cama, y el señor se sienta en una silla que está al otro lado.
Señora: (poniendo la mano sobre el brazo de la mujer) Sí hay esperanza, estimada amiga. Dios es el Dios de esperanza y mientras tengas vida, no es demasiado tarde.
Señor: Dios nos dio Su Palabra, la Santa Biblia (levanta su Biblia), para mostrarnos cómo podemos ser reconciliados con El y ser perdonados de todos nuestros pecados, y vivir eternamente con El en Su maravilloso Cielo cuando termine nuestra vida aquí.
Señora: Dice la Biblia en el libro de San Juan, capítulo 3 y versículo 16: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que dio a Su Hijo unigénito, para que todo aquél que cree en El, no se pierda, mas tenga vida eterna.”
Mujer: ¡Oh! ¿En verdad dice eso la Biblia? Entonces…todo el que cree en el Hijo de Dios tiene vida eterna. Si yo creo en El, ¿será posible que me deje entrar? (Con esperanza, luego, de nuevo con dudas y tristeza) No. No puede ser posible para mí, porque… mis pecados… mis pecados… Oh señor, señora (viendo a uno y luego a otro) si supieran qué tipo de mujer he sido, nunca hubieran entrado por mi puerta (se deja caer de nuevo en la almohada con desesperación).
Señor: Estimada señora, no es así. La Palabra de Dios nos dice que Jesucristo, el Hijo de Dios vino a este mundo para morir y pagar por nuestros pecados. Nos dice en primera de Juan, 1:7, que la sangre de Jesús, su Hijo, nos limpia de todo pecado.
Mujer: ¿Dijo usted, todo pecado? ¿Realmente dice TODO pecado? Entonces, de seguro me dejará entrar.
Señor: Sí, dice todo pecado. Había un hombre muy religioso llamado Pablo, y él pensó que vivía una vida muy buena y que agradaba a Dios en todo, pero un día, Dios le mostró que su corazón estaba lleno de maldad. De hecho, nos dice que el corazón de cada ser humano está lleno de maldad, aún cuando otros no se den cuenta, o aún cuando ellos mismos no se dan cuenta. Pero este Pablo, un día se dio cuenta de la verdad, y él confió en la sangre de Jesucristo, para limpiarlo de todo pecado. Luego, Dios lo usó para apuntar partes de Su Palabra. Él escribió lo siguiente en primera de Timoteo 1:15: “Palabra fiel y digna de ser aceptada por todos: Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, entre los cuales yo soy el primero.”
Mujer: (Con una mirada de gozo, y levantándose de nuevo en el codo) Si él pudo entrar, y era el primero entre los pecadores, entonces de seguro, yo podré entrar. La Palabra de Dios me ha llenado de esperanza. Oh, gracias, gracias.
Señora: Gracias a Jesucristo, quien abrió la puerta del Cielo a todo el que deposita su confianza solamente en Él.
Señor: Sí, el Señor Jesús dijo en San Juan 10:9, “Yo soy la puerta; si alguno entra por mí, será salvo”, y nuevamente, dice en San Juan 6:37: “Al que viene a mí, de ningún modo lo echaré fuera”.
Mujer: (con una gran sonrisa, y descansando de nuevo) ¡Oh, sí! ¡Si Cristo me acepta a mí, yo le acepto a Él! Él ahora será mi justicia. Ahora me puedo ir en paz, porque estoy confiando en la sangre de Jesucristo, y sé que Él me abrirá la puerta del Cielo. Yo entraré por Sus méritos y no por los míos. (Llama a la niña a su lado y la abraza) Hijita, debes confiar en Jesucristo, como lo he hecho yo, y así estaremos unidos para siempre en el Cielo algún día.
Se cierra el telón.
Canto 321 (himnario: Celebremos Su Gloria) (Paz con Dios)
Anciano: Y así es, mis queridos amigos y amigas, que esta mujer llegó a entrar al Cielo, aunque no lo merecía. Y les puedo decir que su hijita también llegó a confiar en Jesucristo para el perdón de sus pecados y ella también tuvo la entrada libre al Cielo, no por sus propios méritos, sino por los méritos del Señor Jesucristo. Cuando su mamá partió, para ir al Cielo, la niñita fue a vivir con la hermosa pareja que les había presentado al Salvador. Ellos la criaron como su propia hija. Cuando creció, ella se casó con un gran hombre que también amaba a Jesucristo y confiaba en Él. Esa mujer, y ese hombre fueron mis padres, y me enseñaron que Jesucristo es el único camino a Dios.
Él mismo dice en San Juan 14:6 “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre sino por Mí”. El Señor Jesús es LA puerta. Él no dice que es UNA puerta, porque no hay otra puerta. La iglesia no es una puerta. Los Diez Mandamientos tampoco, ni el reformarse, ni hacer buenas obras. Jesucristo es la única puerta, y para entrar al Cielo, un pecador deberá venir a través de Él para que sus pecados sean perdonados y limpiados. El buen vivir de Pablo, el hombre religioso, no le dio la entrada, ni la mala vida que llevó mi abuela, la privó de entrar. Ambos eran pecadores. La Biblia nos asegura que todos han pecado, y no alcanzan la gloria de Dios. Es por eso que Dios, en Su gran misericordia, envió a Su Hijo, Jesucristo, a este mundo para salvar a los pecadores.
El viejito da la vuelta y empieza a salir, pero derepente se detiene, voltea de nuevo al público, y dice:
Anciano: Ah, y a propósito, ¿quieren saber qué pasó con aquél médico que no pudo ayudar a la mujer en su momento de más necesidad? Vamos a visitarlo en su casa, unos años después de los sucesos de mi historia. (Se dirige a la casa del médico y toca a la puerta) Buenas tardes, mi buen amigo; ¿cómo está usted?
(Médico sentado a su escritorio con la Biblia abierta en frente de él y una pluma en su mano)
Médico: (parándose) Oh, buenas tardes, amigo mío. Pase, pase; siéntese. ¿En qué le puedo servir?
Anciano: Por favor, podría compartirles a mis estimados oyentes, qué fue lo que sucedió en su vida después de visitar a la pobre mujer que quería saber cómo entrar al Cielo.
Médico: (Sentándose, sacude la cabeza solemnemente) (lentamente y con mucha emoción dice:) Ah—sí; jamás lo olvidaré. Me fui de su casa destrozado, pensando que yo realmente era un fracaso. Sabía que en realidad, lo que pude hacer por esa pobre mujer era completamente inútil. No tuve ni una sola palabra de verdad ni de consuelo para ofrecerle. Pero al meditarlo, me di cuenta de que tenía que haber una mejor respuesta a su anhelo. Y me propuse encontrar la respuesta. Llegando a mi casa esa noche, emprendí en la búsqueda más grande de mi vida, a través de las Sagradas Escrituras, la Santa Biblia, que es la Palabra del Dios vivo.
Anciano: (Inclinándose con interés hacia el doctor) Y dinos, mi buen amigo, ¿sí encontró la respuesta? ¿Es posible saber, antes de morir, adonde irá uno cuando muera?
Médico: (Parándose de nuevo y con mucha emoción) No sólo es posible, sino que Dios quiere que sepamos, y que tengamos la plena seguridad. Nadie tiene que temer la muerte, porque Jesucristo vino a este mundo, y venció la muerte, y nos ofrece vida eterna en Él.
Me di cuenta de que mi idea de una gran balanza en el Cielo donde Dios pesará nuestras buenas obras, contra las malas, era una gran equivocación—un invento de hombres y de religiones, pero nada que ver con la verdad que nos muestra Dios en Su Palabra. Dios dice que la paga por el pecado es la muerte. Ninguna persona, con su pecado, puede entrar a Su hermoso y santo hogar, el Cielo, o el Paraíso, como lo llama la Biblia. No podemos deshacernos de nuestro pecado, para poder entrar al Cielo. Pero Jesucristo, cuando murió, tomó nuestros pecados sobre Su cuerpo, y pagó por ellos en su totalidad. El que acepta y confía en el pago de Jesucristo a su favor es perdonado y librado de la deuda de muerte. Como consecuencia, tiene vida eterna y dice la Palabra que no vendrá a condenación.
Anciano: ¡Qué maravilloso alivio ha de haber sentido cuando descubrió estas verdades!
Médico: Sí, sí, fue maravilloso. Primeramente, descubrí que yo mismo necesitaba ser rescatado de mis pecados para tener entrada al Cielo, de igual manera que esa mujer, con su vida tan perversa. Yo no había hecho las cosas que ella hacía; de hecho, yo me consideraba una buena persona. Yo dedicaba mi vida a tratar de ayudar a las personas y vivía una vida decente y respetable ante la gente. Pero cuando empecé a estudiar la Palabra de Dios, me dí cuenta de que mi corazón estaba lleno de orgullo (lo cual es abominación ante Dios), y egoísmo. Me dí cuenta de que Dios no era el primero en mi vida. Yo era el primero. Esto es idolatría, y es odioso delante de Dios. Y poco a poco, descubrí muchas cosas más en mi vida, que son pecado delante de Dios. Así que yo necesitaba el perdón de Dios, tanto como aquella mujer. Y sencillamente creyendo en Jesucristo como mi Salvador personal, ¡Él me perdonó y me recibió como Su Hijo!
Anciano: Sí, como dice Jesucristo en San Juan 6:37: “Al que viene a mí, de ningún modo lo echaré fuera”. ¡Qué emocionante!—y pensar que también, ya tenía una esperanza para ofrecerle a sus pacientes que estaban a la puerta de la muerte.
Médico: ¡Oh, sí! Eso me emociona mucho. Me di cuenta de que lo que yo, por buen médico que sea, puedo hacer por mis pacientes, es muy limitado. A veces, puedo ayudarles por un tiempo, a seguir con vida y salud, pero cada uno de ellos, algún día, llega a morir, y en esa última ocasión, no hay nada que puedo hacer para mantenerlos con vida en este mundo.
La realidad es que su mayor problema no es enfermedad, o pobreza, o ninguna otra cosa física. El mayor problema de cada ser humano es su pecado, que los arrastra, y los lleva hacia el infierno, y la muerte eterna. Pero Jesucristo sí les puede ayudar allí, donde yo no puedo hacer nada. Él les puede librar de su pecado, y darles vida eterna —una libre entrada al Cielo, a Su bello hogar—. Para mí, ha sido un gran placer ofrecerles a mis pacientes estas palabras de verdad y vida, y todo porque Dios usó a una pobre mujer de mala fama, que insistía en querer entrar al Cielo, para tocar mi duro corazón, y darme el mismo anhelo. Jesucristo vino al mundo para salvar a los pecadores, y doy infinitas gracias que me rescató a mí.
De hecho, es precisamente de esto que se trata la celebración en esta época del año. Cuando celebramos la Navidad, estamos recordando la venida de Cristo Jesús a este mundo. Él vino en forma de bebé, naciendo de una joven virgen, porque en realidad, Él era el Hijo de Dios Todopoderoso. Pero para entender esta historia, que se encuentra en ese maravilloso libro, la Santa Biblia, tenemos que recorrer m-u-c-h-o más atrás en la historia—muchísimo antes del tiempo de tu abuela. De hecho, tenemos que recorrer dos mil años para atrás, y atravesar el mundo para descubrir un pequeño pueblo insignificante, en la nación de Israel, que se llamaba Nazaret. Allí, Dios se reveló en sueños, a un hombre sencillo y humilde, que era carpintero. Veamos la escena:
Escena de José y el ángel
Narrador Lee Mateo 1:18-25 (se actúa)
Médico: Luego, Dios cumplió su palabra a José, y nació este niño, Jesucristo, quien venía para salvar a Su pueblo de sus pecados. Nació en el pueblo de Belén, tal como había sido profetizado cientos de años antes, por los profetas antiguos de Dios.
Canto: 110 (Y Tú Belén)
Escena del Pesebre
Narrador lee Lucas 2:1-7; (se actúa)
Médico: Dios se encargó de anunciar este maravilloso acontecimiento a un grupo de hombres que eran humildes pastores de ovejas. No eran hombres importantes en aquél tiempo, sino de los más pobres y sencillos. Así, Dios estaba mostrando que esta salvación que estaba ofreciendo al mundo era para todos, no solamente los ricos o importantes o educados. Era para los más sencillos y humildes también.
Escena de pastores y ángeles
Narrador lee Lucas 2:8-20 (se actúa)
Canto: 122 (Ángeles Alzad el Canto)
Médico: De nuevo, veremos que Dios, en Su infinita sabiduría y bondad, les comunicó Su venida al mundo a otro grupo de hombres. Estos eran ricos, educados, y extranjeros. Así, Dios nos mostró que Su plan para la salvación de los hombres no era solamente para la gente de un país o de cierta raza o nacionalidad. Era para todos los que estuvieran dispuestos a oír y recibirlo.
Escena de Magos
Narrador lee Mateo 2:1-12 (se actúa)
Canto: 138 (Tras Hermoso Lucero)
Canto de todos 314 (Vida Nueva Encontré)
PASAJES BÍBLICOS PARA NARRADOR (Nueva Traducción Viviente)
Mateo 1:18-25
18 Este es el relato de cómo nació Jesús el Mesías. Su madre, María, estaba comprometida para casarse con José, pero antes de que la boda se realizara, mientras todavía era virgen, quedó embarazada mediante el poder del Espíritu Santo. 19 José, su prometido, era un hombre bueno y no quiso avergonzarla en público; por lo tanto, decidió romper el compromiso[a] en privado. 20 Mientras consideraba esa posibilidad, un ángel del Señor se le apareció en un sueño. «José, hijo de David —le dijo el ángel—, no tengas miedo de recibir a María por esposa, porque el niño que lleva dentro de ella fue concebido por el Espíritu Santo. 21 Y tendrá un hijo y lo llamarás Jesús,[b] porque él salvará a su pueblo de sus pecados». 22 Todo eso sucedió para que se cumpliera el mensaje del Señor a través de su profeta: 23 «¡Miren! ¡La virgen concebirá un niño! Dará a luz un hijo, y lo llamarán Emanuel,[c] que significa “Dios está con nosotros”». 24 Cuando José despertó, hizo como el ángel del Señor le había ordenado y recibió a María por esposa, 25 pero no tuvo relaciones sexuales con ella hasta que nació su hijo; y José le puso por nombre Jesús.
Lucas 2:1-7
1 En esos días, Augusto, el emperador de Roma, decretó que se hiciera un censo en todo el Imperio romano. 2 (Este fue el primer censo que se hizo cuando Cirenio era gobernador de Siria). 3 Todos regresaron a los pueblos de sus antepasados a fin de inscribirse para el censo. 4 Como José era descendiente del rey David, tuvo que ir a Belén de Judea, el antiguo hogar de David. Viajó hacia allí desde la aldea de Nazaret de Galilea. 5 Llevó consigo a María, su prometida, cuyo embarazo ya estaba avanzado. 6 Mientras estaban allí, llegó el momento para que naciera el bebé. 7 María dio a luz a su primer hijo, un varón. Lo envolvió en tiras de tela y lo acostó en un pesebre, porque no había alojamiento disponible para ellos.
Lucas 2:8-20
8 Esa noche había unos pastores en los campos cercanos, que estaban cuidando sus rebaños de ovejas. 9 De repente, apareció entre ellos un ángel del Señor, y el resplandor de la gloria del Señor los rodeó. Los pastores estaban aterrados, 10 pero el ángel los tranquilizó. «No tengan miedo —dijo—. Les traigo buenas noticias que darán gran alegría a toda la gente. 11 ¡El Salvador —sí, el Mesías, el Señor— ha nacido hoy en Belén, la ciudad de David! 12 Y lo reconocerán por la siguiente señal: encontrarán a un niño envuelto en tiras de tela, acostado en un pesebre». 13 De pronto, se unió a ese ángel una inmensa multitud —los ejércitos celestiales— que alababan a Dios y decían: 14 «Gloria a Dios en el cielo más alto y paz en la tierra para aquellos en quienes Dios se complace». 15 Cuando los ángeles regresaron al cielo, los pastores se dijeron unos a otros: «¡Vayamos a Belén! Veamos esto que ha sucedido y que el Señor nos anunció». 16 Fueron de prisa a la aldea y encontraron a María y a José. Y allí estaba el niño, acostado en el pesebre. 17 Después de verlo, los pastores contaron a todos lo que había sucedido y lo que el ángel les había dicho acerca del niño. 18 Todos los que escucharon el relato de los pastores quedaron asombrados, 19 pero María guardaba todas estas cosas en el corazón y pensaba en ellas con frecuencia. 20 Los pastores regresaron a sus rebaños, glorificando y alabando a Dios por lo que habían visto y oído. Todo sucedió tal como el ángel les había dicho.
Mateo 2:1-12
2 Jesús nació en Belén de Judea durante el reinado de Herodes. Por ese tiempo, algunos sabios[a] de países del oriente llegaron a Jerusalén y preguntaron: 2 «¿Dónde está el rey de los judíos que acaba de nacer? Vimos su estrella mientras salía[b] y hemos venido a adorarlo». 3 Cuando el rey Herodes oyó eso, se perturbó profundamente igual que todos en Jerusalén. 4 Mandó llamar a los principales sacerdotes y maestros de la ley religiosa y les preguntó:
—¿Dónde se supone que nacerá el Mesías?
5 —En Belén de Judea —le dijeron— porque eso es lo que escribió el profeta:
6 “Y tú, oh Belén, en la tierra de Judá, no eres la menor entre las ciudades reinantes de Judá, porque de ti saldrá un gobernante que será el pastor de mi pueblo Israel”.
7 Luego Herodes convocó a los sabios a una reunión privada y, por medio de ellos, se enteró del momento en el que había aparecido la estrella por primera vez. 8 Entonces les dijo: «Vayan a Belén y busquen al niño con esmero. Cuando lo encuentren, vuelvan y díganme dónde está para que yo también vaya y lo adore». 9 Después de esa reunión, los sabios siguieron su camino, y la estrella que habían visto en el oriente los guió hasta Belén. Iba delante de ellos y se detuvo sobre el lugar donde estaba el niño. 10 Cuando vieron la estrella, ¡se llenaron de alegría! 11 Entraron en la casa y vieron al niño con su madre, María, y se inclinaron y lo adoraron. Luego abrieron sus cofres de tesoro y le dieron regalos de oro, incienso y mirra. 12 Cuando llegó el momento de irse, volvieron a su tierra por otro camino, ya que Dios les advirtió en un sueño que no regresaran a Herodes.